DEMIURGO Y NOOSFERA

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DEMIURGO Y NOOSFERA

 

Desde la más remota Antigüedad, las civilizaciones y culturas han considerado al universo como un ser vivo. La vida es parte esencial y forma un todo con el cosmos. Es el impulso necesario para el desarrollo de la evolución. Desde este punto de vista biológico del universo, todo cuanto contiene, por diminuto que sea, porta vida.

Nuestro planeta Tierra, como parte del universo, también tiene vida y, está configurado al igual que el ser humano, por varias dimensiones: física, energética, astral y mental. Cada una de ellas se corresponde con los símbolos alquímicos de tierra, agua, aire y fuego respectivamente. Esta es la visión holística de nuestro planeta Tierra que sostiene la filosofía natural, y que le dispensa una dimensión mental propia. Sería una esfera mental a la que todos estaríamos conectados mediante nuestra capacidad de conocimiento y donde tienen lugar todos los fenómenos del pensamiento y la inteligencia.

Esta interconexión de pensamiento entre todos, forman la llamada noosfera. Podemos citar, entre otras, la emisión de pensamientos que contribuyan a formar una esfera mental global positiva; el compromiso de respetar y cuidar la naturaleza siendo uno con ella, no rompiendo así el equilibrio ecológico y natural, resultado de nuestro egoísmo e ignorancia.

Según Vladímir Vernadsky. La noosfera (del griego noos, inteligencia, y esfera) es el conjunto de seres vivos dotados de inteligencia. El diccionario de la Real Academia Española lo define como el «conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven».​

Vernadsky adaptó la noción de Noosfera de Teilhard. Para Vernadsky la inteligencia humana también causaba un impacto. En tanto que somos seres vivos somos parte de la biosfera, pero nuestras acciones y sus consecuencias distan mucho de la de otros organismos. También entendía que la noosfera es el estado que conduce la energía liberada en el acto del pensamiento. “El egregor”. Estando a la altura de las cabezas humanas interconectando toda la energía del pensamiento y generando la conciencia universal.

Afortunadamente, cada vez más científicos aceptan que todas estas funciones de regulación en favor de generar y proteger la vida en la Tierra y por la Tierra solo caben en el contexto de un auténtico gran ser vivo inteligente.

Desde este punto de vista, nuestro cerebro sería el vehículo físico a través del cual estamos conectados con la esfera mental de la Tierra; esta regula nuestros ciclos fisiológicos y vegetativos, como los ciclos de vigilia y sueño (circadianos) y también los ciclos de crecimiento. Es decir, está relacionada con los ritmos biológicos y el sistema nervioso de formas de vida como la de los animales.

Esta regulación, que hace que estemos sincronizados con la noosfera , se puede explicar a través de la Resonancia Schumann, más conocida como el “latido de la Tierra”. Está formada por el conjunto de ondas electromagnéticas de baja frecuencia (7,8 Hz) que resuenan en una cavidad formada por la superficie terrestre y la ionosfera (parte de la atmósfera). Esta resonancia de fondo vibra a la misma frecuencia que las ondas cerebrales de los humanos, es decir, a 7,8 Hz. La recepción de estas ondas se haría a través de la glándula pineal, situada justo en el centro de la cavidad craneal. Esta glándula contiene cristales de un mineral llamado apatita, excelente receptor de ondas electromagnéticas. La glándula pineal sería la antena que nos conecta con la noosfera mediante la Resonancia Schumann. Se dice que un aumento de estas vibraciones podría provocar sueños raros, malestar físico, cambios en la percepción del tiempo y hasta un supuesto despertar espiritual.

Por todo ello “una organización” es capaz de aprender cuando puede hacer cosas que antes no hacía, cuando es capaz de reconocer problemas y oportunidades, organizándose para generar respuestas capaces de solucionarlos o aprovecharlas. Pero el camino no es fácil, por lo general cada organización es como una isla que tiene su punto de vista y forma de actuar respecto a la realidad. Muchas suelen creer que domina una verdad y que las demás viven llenas de errores. Esto ocurre en todo tipo de organizaciones, sean empresas, colegios, museos, organizaciones públicas o asociaciones sin fines de lucro.

Por lo tanto: que una organización sea capaz de aprender no depende tanto de cada una de las personas que la forman sino de los vínculos que esas personas tengan entre sí. Depende de si se respetan como para escuchar y atender a lo que diga una persona que trabaja y piensa distinto, que puedan discutir posibilidades o intentar juntos lo que podría hacerse, aunque aún no sea factible.

Estos vínculos son la mentalidad, “la mente colectiva” de la organización. La mente colectiva no es un objeto, es una forma de relacionarse,  que puede ser inteligente en algunos casos y tonta en otros. Así una organización donde la gente se respeta y escucha, no importa cuánto discuta, tendrá una mente colectiva más desarrollada, será más inteligente y tendrá más posibilidades de aprendizaje que otra donde predomina el miedo y la desconfianza.

No lo olvidemos, esta “mente colectiva”  no es un lugar ni es una cosa, no se refiere a un objeto físico sino a las forma en que las personas se relacionan entre sí. Lo que caracteriza a una organización no son tanto las personas que la forman sino el modo en que esa gente se relaciona para actuar.

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